Viajar en bondi de larga distancia es un garrón, de esos bien garrones.
Son largos, se duerme mal y se convive en espacios reducidos con gente desconocida, durante una eternidad.
El mayor de los problemas, emerge cuando uno tiene esa grata fortuna de tomar un colectivo, en donde todos los estereotipos de los malos hábitos, se ponen de acuerdo para hacerle inaguantable el viaje; incluso si no se ha salido de la terminal.
Hace poquito tomé uno de esos colectivos, donde todas coincidieron, permitiéndome elaborar un estudio sociológico de estos seres tan peculiares. Lo que sigue, es una suerte de glosario para el futuro viajero, para dotarlo de una mejor predisposición en futuros viajes de más de 300 km.Es cierto, nadie se escapa de estas alimañas cuyo hábitat es el mencionado omnibus. Pero al menos, se van escalonando en su trayecto hacia romperte las pelotas.
El pateador: Es ineludible. Son pocos los casos en que un pasajero logra escapar de sus garras.
Este compañero de viaje se caracteriza por no encontrar nunca la posición adecuada. Constantemente se da vueltas y realiza pequeños rozamientos en el respaldo
delantero, que se traducen en un molestísimo dolor en los riñones.
Claro que hay casos aún más graves, como cuando estos muchachos llevan consigo valijas o mochilas, que los obligan a tener las piernas un poco más arriba; aquí los rodillazos son prácticamente constantes.
Rango en la escala de hinchapelotez: 7,3 pepitos.
El crío: Nunca falta la familia que asiste al evento con su pequeño purrete sub5. Esta bestia de los colectivos se subdivide a su vez en dos clases: el bebé y el "de jardín de infantes".
En el primer caso, el efecto salta a la vista enseguida. Por h o por b son capaces de encontrar motivo para descargar su llanto (que parece que hubieran contenido durante una semana). Los momentos de las lágrimas son bien marcados: al subirse al colectivo -ya están llorando (como si les pegaran a propósito antes de subir)-, y en el medio del viaje, cerca de las 3.30 am, cuando todos ya han conciliado el sueño.
El de segunda clase (desde mi perspectiva, el que habría que elegir en caso de presentarse la oportunidad), es aquél que ha desarrollado un altísimo grado de curiosidad y se la pasa preguntando absolutamente TODO lo que sucede en el colectivo, con el aditivo de estar como "testeando" sus cuerdas vocales; cada pregunta es expresada con un rarísimo timbre, que nada tiene que
ver con ser o no agudo, sino con lo tedioso que se vuelve escucharlo cada dos curvas.
Rango en la escala de hinchapelotez: Clase A: 10,0 pepitos
Clase B: 5,6 pepitos.
Los tortolitos: Estos engendros quizás generen su malestar en la envidia. Da igual.
Son esos que se suben al bondi y conforman la excepción a la regla "nunca te va a tocar un chico o una chica potable en el asiento contiguo". Descaradamente inician procesos de chamuyo, que se tornan molestos por los temas idiotas de conversación que llevan adelante; sus cuestionarios son breves, pero los silencios resultan incómodos, por lo que sacan extraños ases de sus mangas que los tornan en estúpidos ante los oídos ajenos.
Quizás sea envidida, sí.
Rango en la escala de hinchapelotez: 6,0 pepitos.
Las amigas (o los amigos): Sus características son similares a la de Los Tortolitos, la diferencia reside en el grado de naturalidad con la que llevan adelante el proceso.
Rango en la escala de hinchapelotez: 5,0 pepitos.
El que se caga (es divertido estar en este bando): Las descripciones sobran.
Rango en la escala de hinchapelotez: depende del grado de hedor.
El del paquete: Es ése que se deglute con devoción las golosinas que nos dan al subir.
Resulta paradójico, pero la cuestión reside en que al preparar estas vianditas, las empresas colectiveras seleccionan los caramelos, chocolates y galletitas con pequeños
desperfectos en su envasado. Es im po si ble abrir estas cosas sin que nos oigan en la otra planta del colectivo. Aun así, se esmeran por disimularlo, pero lo que no notan, es que tardan el triple. Y agotan la paciencia.
Rango en la escala de hinchapelotez: 8,3 pepitos.
El forro del celular I: Nunca falta el tipo "VIP" que está siempre al tanto de su celular. Lo
curioso de este personaje, es que no mira ni de reojo su aparato hasta que el chofer no pone primera. Entonces sí, arrancó el viaje y sonó la primera llamada.
Hay algo que es particularmente molesto en ellos; conscientes de su
situación como hinchapelotas, no encuentran jamás el volumen adecuado para sus palabras, y pasan de molestísimos suspiros (que los compañeros de viaje entienden), a las todavía más molestas repeticiones que surgen como resultado de que quienes están del otro lado del teléfono, no entiendan un pomo.
Rango en la escala de hinchapelotez: 7,8 pepitos.
El forro del celular II: El otro caso conocido, es el de aquellos pasajeros, que reciben llamados y mensajitos en los momentos más oportunos.
Están todo el tiempo con el aparato en la mano sin que pase absolutamente nada. No pasan dos minutos desde que lo guardan, para que empiece a sonar.
En esta situación, se combinan dos cuestiones de alto grado de hinchapelotez: la inutilidad para encontrar el teléfono en un bolso de 40 por 50, y la paciencia de quienes se encuentran del otro lado, que esperan a ser atendidos durante un largo transcurrir de tuuu tuuuu.
Rango en la escala de hinchapelotez: 8,0 pepitos.
Entonces. Después no digan que no les avisé.