sábado, 27 de octubre de 2012

Be Carrefour (levoluciones)


Basado en una historia real

El viento bajaba un poco la temperatura, pero así y todo estaba insoportable. El chino tenía la cara transpirada, mientras una señora de unos setenta años le mostraba una libretita.
            —¿Y “reina” cómo se dice? —entrecerraba los ojos intentando entender la pronunciación del vendedor.
            En la libretita de la señora, el hombre se había encargado de dibujar los símbolos de la palabra y bajo ellos, la señora aclaraba cómo debía decirlo y qué era lo que significaba.
            —¿Cómo es que se dice? —acerco su nariz ganchuda aun más al cuerpo del oriental, para escucharlo mejor.
            La cara del vendedor se había transformado hacía algunos minutos; serio, me miraba de reojo y suspiraba. “No me lompas los huevos” pensaba.
            —Puede ir a escuela de 46 entre 6 y 7. Ahí enseñan glatis.
            —¿Gratarola?
—Tiene que apendelse las otra’ primero —juntó sus manos y casi quedaron pegadas—. Poquito, poquito, poquito.
            —Tengo que encontrar la otra libretita con las que me enseñaste.
            —¿La tidó a la basula?
            —¿Basura? ¿Me estás tratando de sucia? —la señora soltó una carcajada y mostró las coronas metálicas de sus dientes—. No si unos pibes me limpiaron el otro día.
            La risa duró un rato. Lo hacía con los ojos entrecerrados, mientras el chino me miraba con complicidad. Entonces, la conversación viró.
            —No tenés vino bueno —la señora guardaba su anotador en la cartera.
            —¿Cómo que no? Hay de como cualenta peso’.
            —Eeeh, pero ¿qué te pensás, que soy Cristina? —volvió a reír.
            —Noo, Clitina toma de como mil peso’ —ahora era el vendedor el que reía, mientras me miraba.
            —No, Cristina toma yampan.
            La señora preguntó cuánto era y se puso a buscar la plata. Entonces, el chino me miró con mi caja de puré de tomate.
            —Cuatro peso’, amigo.

miércoles, 3 de octubre de 2012

De fábula


La Liebre y la Tortuga
Los animales estaban de fiesta. Era el centenario de la creación del pueblo y las celebraciones en honor a Anónimo, creador de todo lo que ellos conocían, se hacían presentes en cada rincón del bosque.
A pesar de ello, la gente no olvidaba la tragedia acontecida hacía unas semanas, cuando después de que Gepetovsky circuncidara a Pinocho con un sacapuntas, la comunidad de estos personajes fantásticos sufriera una dolorosa pérdida; Campanita había fallecido atravesada, cuando quién sabe por qué decidió sentarse en la nariz del reconocido muñeco al grito de “miénteme, Pinocho, miénteme”.
Sin embargo, la Liebre –y la nombramos de esta forma porque curiosamente era la única de todo el reino; de otra manera, la famosa leyenda que a continuación será narrada se llamaría “Una liebre y una tortuga”, pero mejor darles entidad y titular a la historia “La liebre y la tortuga”-. Mejor retomar el relato; evidentemente, la extensa explicación anterior pudo haber significado una pérdida en el hilo del relato.
            Sin embargo, la Libre estaba empecinada en procurar que todos olvidaran lo acontecido; al parecer tenía una especie de entongue con Pinocho, con quien pensaban poner un videoclub en el bosque, y no le convenía que fuera condenado –paradójicamente- a la hoguera. De esta forma, decidió llamar la atención de todos los habitantes, convocando a la Tortuga a una carrera por el pinar.
            Por supuesto que la Tortuga, ni lenta ni perezosa, accedió a competir; sobre todo después del ostentoso premio: una patineta que le ayudaría a desmentir eso de que las tortugas se vuelven pedantes arriba de ellas. Y sin perder tiempo, se dirigió al pinar donde la Liebre la esperaba con ansias.
            El espectáculo fue digno de ser televisado, pero como no existían esos electrodomésticos, no pudo ser posible. Desde un principio, la Liebre adelantó considerablemente a su rival y decidió echarse a un costado del camino, a dormir un rato.
            Lo que no estaba en sus planes –aquí hacemos un guiño al lector, que sabe el trasfondo del hecho: la intención de liberar a Pinocho-, era que no recordaba haber dormido en un lugar tan cómodo, por lo que cuando despertó, ya fue demasiado tarde y la Tortuga había cruzado la meta. Desde el público, el Diego le gritaba “se te escapó la Tortuga” –verdadero origen de la frase-, pero a la Liebre poco le importaba.
            Feliz de haber logrado su cometido, liberó a Pinocho –cómo lo hizo ya es parte de otra historia- y juntos pusieron el videoclub anhelado. Evidentemente se fundieron, ya que como se dijo, en el bosque no había televisores.