martes, 26 de marzo de 2013

Escato-lógicas III (Que la fuerza te acompañe)

      De los placeres de la vida, el cagar con la puerta abierta es uno del que pocos se jactan. Hasta que ya no viven solos y se lamentan por no haber aprovechado el tiempo al máximo.
     No sé a qué se debe, pero la sensación que provoca la corriente de aire, erizando los pelos de las piernas (por no ponernos aún más escato-lógicos) causando regias sensaciones, comúnmente reconocidas como "escalofríos".
     Pero esto tiene aún otro plus: la posibilidad de no morir en el cuarto de baño, producto de un desmayo ineseperado a causa de un Síncope Vasovagal. Vayamos a la fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADncope_vasovagal (inciso 14 en el subtítulo "Factores Desencadenantes").
    Así es, la puerta abierta es un gran preventivo de muertes prematuras, que permite al futuro ingresante al hogar, rescatar a quien haya sufrido este indigno desmayo (incluso con posibilidades -no muy lejanas- de cabecear el lavamanos que se emplaza a unos escasos y peligrosos centímetros).
    Concienticemos a nuestros seres queridos. No nos caguemos en la vida.
    (Sí, el slogan es una mierda y el chiste es fácil. Andá a cagar).

sábado, 27 de octubre de 2012

Be Carrefour (levoluciones)


Basado en una historia real

El viento bajaba un poco la temperatura, pero así y todo estaba insoportable. El chino tenía la cara transpirada, mientras una señora de unos setenta años le mostraba una libretita.
            —¿Y “reina” cómo se dice? —entrecerraba los ojos intentando entender la pronunciación del vendedor.
            En la libretita de la señora, el hombre se había encargado de dibujar los símbolos de la palabra y bajo ellos, la señora aclaraba cómo debía decirlo y qué era lo que significaba.
            —¿Cómo es que se dice? —acerco su nariz ganchuda aun más al cuerpo del oriental, para escucharlo mejor.
            La cara del vendedor se había transformado hacía algunos minutos; serio, me miraba de reojo y suspiraba. “No me lompas los huevos” pensaba.
            —Puede ir a escuela de 46 entre 6 y 7. Ahí enseñan glatis.
            —¿Gratarola?
—Tiene que apendelse las otra’ primero —juntó sus manos y casi quedaron pegadas—. Poquito, poquito, poquito.
            —Tengo que encontrar la otra libretita con las que me enseñaste.
            —¿La tidó a la basula?
            —¿Basura? ¿Me estás tratando de sucia? —la señora soltó una carcajada y mostró las coronas metálicas de sus dientes—. No si unos pibes me limpiaron el otro día.
            La risa duró un rato. Lo hacía con los ojos entrecerrados, mientras el chino me miraba con complicidad. Entonces, la conversación viró.
            —No tenés vino bueno —la señora guardaba su anotador en la cartera.
            —¿Cómo que no? Hay de como cualenta peso’.
            —Eeeh, pero ¿qué te pensás, que soy Cristina? —volvió a reír.
            —Noo, Clitina toma de como mil peso’ —ahora era el vendedor el que reía, mientras me miraba.
            —No, Cristina toma yampan.
            La señora preguntó cuánto era y se puso a buscar la plata. Entonces, el chino me miró con mi caja de puré de tomate.
            —Cuatro peso’, amigo.

miércoles, 3 de octubre de 2012

De fábula


La Liebre y la Tortuga
Los animales estaban de fiesta. Era el centenario de la creación del pueblo y las celebraciones en honor a Anónimo, creador de todo lo que ellos conocían, se hacían presentes en cada rincón del bosque.
A pesar de ello, la gente no olvidaba la tragedia acontecida hacía unas semanas, cuando después de que Gepetovsky circuncidara a Pinocho con un sacapuntas, la comunidad de estos personajes fantásticos sufriera una dolorosa pérdida; Campanita había fallecido atravesada, cuando quién sabe por qué decidió sentarse en la nariz del reconocido muñeco al grito de “miénteme, Pinocho, miénteme”.
Sin embargo, la Liebre –y la nombramos de esta forma porque curiosamente era la única de todo el reino; de otra manera, la famosa leyenda que a continuación será narrada se llamaría “Una liebre y una tortuga”, pero mejor darles entidad y titular a la historia “La liebre y la tortuga”-. Mejor retomar el relato; evidentemente, la extensa explicación anterior pudo haber significado una pérdida en el hilo del relato.
            Sin embargo, la Libre estaba empecinada en procurar que todos olvidaran lo acontecido; al parecer tenía una especie de entongue con Pinocho, con quien pensaban poner un videoclub en el bosque, y no le convenía que fuera condenado –paradójicamente- a la hoguera. De esta forma, decidió llamar la atención de todos los habitantes, convocando a la Tortuga a una carrera por el pinar.
            Por supuesto que la Tortuga, ni lenta ni perezosa, accedió a competir; sobre todo después del ostentoso premio: una patineta que le ayudaría a desmentir eso de que las tortugas se vuelven pedantes arriba de ellas. Y sin perder tiempo, se dirigió al pinar donde la Liebre la esperaba con ansias.
            El espectáculo fue digno de ser televisado, pero como no existían esos electrodomésticos, no pudo ser posible. Desde un principio, la Liebre adelantó considerablemente a su rival y decidió echarse a un costado del camino, a dormir un rato.
            Lo que no estaba en sus planes –aquí hacemos un guiño al lector, que sabe el trasfondo del hecho: la intención de liberar a Pinocho-, era que no recordaba haber dormido en un lugar tan cómodo, por lo que cuando despertó, ya fue demasiado tarde y la Tortuga había cruzado la meta. Desde el público, el Diego le gritaba “se te escapó la Tortuga” –verdadero origen de la frase-, pero a la Liebre poco le importaba.
            Feliz de haber logrado su cometido, liberó a Pinocho –cómo lo hizo ya es parte de otra historia- y juntos pusieron el videoclub anhelado. Evidentemente se fundieron, ya que como se dijo, en el bosque no había televisores.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Me costó un huevo

A veces, viene bien refritar las cosas que uno hace académicamente.


Me acosté y dejé el diente debajo de la almohada con mucho cuidado; no vaya a ser cosa que se me pierda el diente y me quede sin mi billetito de Carlos Pellegrini. Mientras empezaba a dormirme, planeaba lo que iba a suceder mi mañana siguiente. Iba a hacer crema el peso, qué ahorro ni qué ocho cuartos -la tele dice “un peso igual a un dólar”, ¡vamos Ménem!-, mañana me compro un huevo Kinder gigante.
            No me podía dormir de la ansiedad y hasta casi me caigo de la cucheta dos veces, culpa de giros hacia la izquierda mal calculados; no dormís en una King size, gilún. Estaba insoportable y para colmo se escuchaba el quilombo en toda la casa. Los tornillos de la cama rechinaban pidiendo aceite.
            “Quedate quieto, mamón, que vas a espantar al ratón”. Me cagaba a pedos y me obligaba a quedarme quieto, pero era imposible. Cada tanto, algunos brotes de hiperquinesia me dominaban por completo y a la mierda el mandato; igual estaba bueno, yo me moría de ganas de ver cómo era la laucha, que vaya uno a saber por qué, me la imaginaba de color azul. Seguro “Los pitufos” me habían cagado la infancia, andá a saber.
            En algún momento, quién sabe cómo, me quedé dormido. Y chau. Pérez se podría haber presentado hasta con una banda de pandereteros que yo ni enterado; cuando uno es pibe tiene el sueño profundo, es la única forma de explicar esas noches que dormido en el sillón, uno amanecía en su cama.
            Cuestión que esa mañana me desperté, y como un acto reflejo metí la mano bajo la almohada; ni una moneda había, ¡rata inmunda! Pero seguí palpando, jamás se pierden las esperanzas, y casi que me tajeo un dedo con la raíz del diente.
            Ojos vidriosos. Valiente salto desde las alturas de la cucheta. Me calzo las pantuflas de Garfield. Encaro al comedor.
            —Pa… no pasó el ratón Pérez —claro que mi voz suena quebrada, tengo casi ocho años y el bicho que repartía la guita se había olvidado de mí.
            —Uh, se habrá quedado dormido —y estiró la mano con un papelito—. Tomá, andá a comprarte el Kinder.
            No sé cuánto tiempo después me enteré que el ratón no existía y que mi viejo se había quedado dormido. 

martes, 28 de agosto de 2012

El don de la palabra

No cualquiera puede contar cualquier chiste. Algunos por recorrido tienen ese plus que les permite decir cualquier chascarrillo, que recibirán la aprobación unánime.
Otros no.
Pero los hay otros, quienes tienen dilemas semióticos; sería paradójico que Katy Perry contara el chiste del choque entre el zorro y el perro; "i'm sorry" "I'm Perry".
Guarda la tosca...

martes, 31 de julio de 2012

¿"Shh" qué?

La capacidad comunicativa del ser humano es sorprendente. Pero así como es algo que deslumbra, no implica que sea algo que siempre se anhele; a veces, los silencios son taaaan lindos.
Sucede entonces que nos encontramos en una sala de la casa -o edificio público- con otra persona y el sonido de nuestra ropa al rozarse entre sí con cada movimiento comienza a irritarnos. Entonces, entendemos que debemos romper ese maleficio y lanzarnos a la charla; por supuesto, rara vez nuestro interlocutor desea enredarse en una de ellas.
Así, obtenemos como resultado este grandioso fenómeno en el que las oraciones quedan truncas, y son completadas inconscientemente por el receptor.
Este hecho ocurre de dos maneras bien marcadas: en una cuando el emisor empieza a desvariar y sabe que se ha ido de tema, por lo que va apagando el timbre de su voz hasta que casi ni se escucha; una especie de fade out oral; el otro, es aquel que enlazado por una conversación, ha prendido el piloto automático y aunque su compañero no le haya hecho pregunta alguna, cree que está en el deber de contestar con lo que sea -aun reafirmando lo que le han dicho-, pero que sin embargo corta su oración en el final.
¿Existe ejemplo más fehaciente que el de las jubiladas que nos hablan en la cola de la caja?

viernes, 13 de julio de 2012

Frases Célebres III

El poder de un adjetivo es inimaginable. Inconmensurable.
Si no veamos este maravilloso ejemplo: el del término "invertido"
La palabra "invertida" hace más chancha a la posición sexual; incluso da carácter de erótico a vocablos que distan de serlo.
Veamos: Misionero invertido; Pirámide invertida; Salto del tigre invertido; entre otros.
Tengamos cuidado. Si no queremos fomentar las mentes podridas, si nos escandalizamos con cada conocido que siempre derrapa, pensemos dos veces.
Ni hablar del problema de los deícticos. Pero esto ya son dos mangos aparte...